Espondilitis Anquilosante
La espondiloartritis, también conocida como espondiloartropatía, constituye una familia de enfermedades reumáticas inflamatorias que desencadenan artritis. Esta patología se distingue de otro tipo de artritis al comprometer los puntos de unión entre ligamentos y tendones con los huesos, denominados «entesis». La manifestación de los síntomas se presenta en dos formas principales. La primera implica inflamación, generando dolor y rigidez, con mayor frecuencia en la columna. Algunas variantes afectan a las manos, los pies, los brazos o las piernas. La segunda forma de síntomas se relaciona con la destrucción ósea, provocando deformidades en la columna y afectando al funcionamiento de hombros y caderas.
La espondilitis anquilosante se destaca como la variante más común dentro de esta familia de enfermedades, focalizándose principalmente en la columna. Otras incluyen la espondiloartritis axial, que afecta principalmente a la columna y las articulaciones de la pelvis; la espondiloartritis periférica, que perjudica mayormente brazos y piernas; artritis reactiva (anteriormente conocida como síndrome de reitero); artritis psoriásica; y artritis enteropática o espondilitis asociada con enfermedades inflamatorias del intestino, como colitis ulcerosa y enfermedad de Crohn.
La causa subyacente de la espondiloartritis radica en factores genéticos, siendo la espondilitis anquilosante hereditaria y vinculada a múltiples genes, entre ellos, el HLA-B27, siendo éste último prevalente en personas de ascendencia blanca con la enfermedad.
La artritis enteropática, una forma de artritis inflamatoria crónica, está asociada comúnmente con la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn. La presencia del gen HLA-B27 aumenta la propensión a desarrollar esta variante.
En términos de diagnóstico, éste requiere una evaluación exhaustiva por parte del médico, considerando el historial médico, un examen físico y posiblemente imágenes o análisis de sangre. El gen HLA-B27 puede ser detectado en un análisis sanguíneo, pero su presencia no garantiza necesariamente el desarrollo de la espondiloartritis.
En cuanto al tratamiento, se enfatiza la importancia de la terapia física y los ejercicios específicos para las articulaciones. La farmacoterapia incluye antiinflamatorios no esteroides (AINE) que proporcionan alivio a muchos pacientes. En casos de inflamación localizada, las inyecciones de corticoesteroides pueden ser efectivas.
Para aquellos que no responden a estos tratamientos, se consideran fármacos antirreumáticos modificadores de la enfermedad (FAME) como la sulfasalazina o terapias biológicas como los bloqueantes del factor de necrosis tumoral alfa o los inhibidores de la interleucina 17A.
El tratamiento quirúrgico, como el reemplazo total de cadera, puede resultar beneficioso en casos específicos. Además, los pacientes con espondiloartritis deben estar alerta a posibles complicaciones, como osteoporosis, uveítis, inflamación de la válvula aórtica del corazón, psoriasis e inflamación intestinal.
Vivir con espondiloartritis implica lidiar con síntomas variables de dolor, fatiga y rigidez. A pesar de estos desafíos, muchos pacientes llevan vidas productivas gracias a sus avances en tratamientos. El ejercicio regular, el cese del tabaquismo y el apoyo de grupos especializados pueden contribuir a mejorar la calidad de vida de quienes enfrentan esta condición.