Descifrando la Gota
¡Saludos a todos los lectores interesados en las patologías reumáticas! Le damos bienvenida a nuestro blog. Este espacio se convertirá en una fuente fiable de información seria y fundamentada en evidencia para comprender mejor las complejidades de la reumatología.
En esta primera entrada, nos sumergiremos en el mundo de la gota, o artritis gotosa, conocida desde tiempos antiguos como la «enfermedad de los reyes». La gota se manifiesta a través de episodios abruptos de dolor intenso, hinchazón, enrojecimiento, gran sensibilidad al tacto y aumento de la temperatura local en una o más articulaciones.
El origen
Esta inflamación se desencadena por la formación de microcristales de una sal de ácido úrico, específicamente el urato monosódico monohidratado, en el interior de las articulaciones. Los brotes de inflamación son una consecuencia directa de la presencia de estos cristales, y nunca ocurren en su ausencia. La formación de cristales de urato requiere niveles elevados de ácido úrico en la sangre, condición conocida como hiperuricemia. Aunque la hiperuricemia es común, afectando al 7% de la población, sólo una minoría de las personas que la padecen desarrollan cristales y experimentan ataques de gota.
Los síntomas
La gota esencialmente provoca inflamación articular, generalmente en forma de artritis aguda que afecta a una sola articulación, conocida como monoartritis. En pocas horas, una articulación que antes estaba asintomática se inflama intensamente. La inflamación se manifiesta con hinchazón, causada por llenar la cavidad de la articulación con líquido sinovial, formando un derrame. La superficie de la articulación puede enrojecerse y, por supuesto, se vuelve intensamente dolorosa, dificultando su función debido al dolor. En algunos casos, la inflamación puede ser menos intensa, lo que resulta en molestias más llevaderas.
Las articulaciones propensas a sufrir ataques de gota son diversas, siendo las más comunes las de la base del dedo gordo del pie, llamados ataques de podagra. También afecta al tobillo, la rodilla, y en casos más raros, muñecas o dedos de la mano. Además, la gota puede presentarse en forma de bursitis, inflamando, por ejemplo, la bolsa sinovial del codo o la que rodea el tendón de Aquiles al unirse al talón.
El diagnóstico
La presencia de cristales de urato es fundamental para desencadenar la inflamación en las articulaciones. Estos cristales se identifican mediante un microscopio con luz polarizada en el líquido sinovial extraído de las articulaciones inflamadas durante los ataques de gota, y su detección se considera un signo patognomónico de la enfermedad. Además, los cristales pueden identificarse fácilmente en el material obtenido de un tofo o en líquido de articulaciones asintomáticas que previamente estuvieran inflamadas.
El tratamiento
La gota, pese a su doloroso impacto, cuenta con un tratamiento actualmente muy eficaz. Este tratamiento aborda dos problemas de forma independiente: el ataque agudo de gota y el aumento del ácido úrico en la sangre, es decir, la hiperuricemia. En la primera fase, se busca desinflamar la articulación afectada, tradicionalmente utilizando colchicina vía oral. En una segunda fase, se combina la colchicina con un tratamiento hipouricemiante, como alopurinol o febuxostato. En la tercera fase, se mantiene simplemente el hipocerecemiante.
La duración del tratamiento de mantenimiento es un tema controvertido. En principio es indefinida, puesto que una de las causas más comunes de gota es la hiperproducción genética de ácido úrico. Sin embargo, factores como la ingesta excesiva de alcohol, dietas ricas en purinas, ciertos medicamentos o enfermedades como la psoriasis o la artritis psoriásica pueden producir un exceso de uratos, contribuyendo al desarrollo de la gota, y en casos como éstos , la modificación o eliminación de los factores de riesgo puede permitir la retirada del tratamiento. En cualquier caso, la evaluación y el seguimiento de un reumatólogo son fundamentales.